lunes, 7 de marzo de 2011

La Ansiedad


El doctor Antonio Bulbena, catedrático de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), señala que, “la ansiedad es una enfermedad en la que nuestro sistema de alarma se dispara excesivamente”. Los síntomas pueden ser abruptos como en la crisis de angustia, pero más a menudo son crónicos, se pueden identificar en tres áreas. La emocional, que incluye la experiencia de miedo, temor e inseguridad. La mental, que incluye preocupación o anticipación negativa de ocasiones o sucesos, y a menudo, limitación de pensamiento normal (ya que el agobio impide pensar con calma). Finalmente la conductual, generalmente en forma de evitación, es decir, el huir, o dejar de estar en algún espacio, o en alguna situación incluso social.

La ansiedad es una experiencia desagradable, intensa y excesiva de alerta, de desasosiego, de peligro y miedo. Se presenta normalmente acompañada de diversos síntomas físicos tales como: temblores, dolor muscular, dolores de cabeza, sudoración, sequedad en la boca, frecuencia cardiaca y respiración acelerada.

Esta experiencia, según el catedrático, “no es proporcional al estímulo e incluso muchas veces no se identifica con el estímulo”. Además de las manifestaciones somáticas, “a veces se acompaña de una percepción de miedo que puede ir desde un temor anticipatorio (el sufridor o sufridora) hasta el miedo a morir o a caer gravemente enfermo”, añade.


La presentación del doctor Bulbena repasó los orígenes de este grupo de trastornos (que incluyen desde la genética a los modelos de aprendizaje, especialmente las complejas manifestaciones, síntomas emocionales, síntomas somáticos y síntomas comportamentales) Además, el experto expuso su hallazgo de la alta frecuencia de hiperlaxitud articular (un trastorno del colágeno) en las personas que padecen ansiedad. Lo cual parece indicar una estrecha vinculación probablemente genética entre ambos trastornos.

Existe una dimensión genética y precisamente la ansiedad es una de las enfermedades mentales más hereditarias. Encuentra relación con las alteraciones del cromosoma 15 y con las patologías del colágeno.

Toda la información que entra a través de los sentidos pasa por la amígdala, y ésta detecta cualquier señal de peligro. Mientras realizamos cualquier actividad, la amígdala está monitoreando todo lo que sucede a nuestro alrededor, incluso cuando dormimos, está atenta y ante cualquier sonido que pueda representar una amenaza, activa sus conexiones y hace que despertemos.

La amígdala y las estructuras cerebrales que detectan peligro, no identifican detalles, sino que están atentas a cualquier percepción burda, que pueda representar una amenaza, como puede ser una sombra, un movimiento extraño, un ruido, etc. Ante la primera percepción de un posible peligro, se desata una reacción de alerta en el organismo y sólo es hasta después que nos percatamos de lo que sucede y de si realmente existe un peligro o no. Por ejemplo, a todos nos ha pasado que oímos un ruido extraño en la casa e inmediatamente nos ponemos alertas, solo para descubrir instantes más tarde de que se trataba del gato.

En los humanos el perder la amígdala no significa la pérdida total del miedo, ya que la amígdala es solamente una parte de un complejo sistema de miedo que incluye a otras partes del sistema límbico y de la corteza, sin embargo la pérdida de la amígdala en humanos si provoca cambios en la persona, haciéndola más calmada.

La función de alarma en el sistema nervioso produce un aumento de actividad de diversas funciones corporales como aumento en la presión arterial, intensificación del metabolismo celular, incremento de glucosa en la sangre, aumento en la coagulación sanguínea e incluso un aumento en la actividad mental. De igual manera la sangre se va a los músculos mayores, principalmente a las piernas, para tener suficiente energía para escapar si es necesario. El corazón comienza a trabajar a una velocidad muy por encima de lo habitual, llevando rápidamente hormonas como la adrenalina a todo el cuerpo y a los músculos. El sistema inmunológico se detiene, así como todas las funciones no esenciales en el cuerpo, para prepararlo para lo que venga: la huida o la pelea.

Todas estas reacciones son extremadamente útiles para la supervivencia. El cuerpo sabe exactamente qué debe de hacer ante la percepción de un peligro para maximizar las posibilidades de salir con vida. Ante la percepción de un peligro se agudizan todos nuestros sentidos. Abrimos más los ojos, y las pupilas se dilatan para recabar la mayor cantidad de información posible. En realidad es una gran ventaja que todo esto suceda de manera automática, y que no seamos nosotros quienes tenemos que activar la alarma y provocar todas estas reacciones. Nuestro trabajo simplemente se concentra en analizar la situación para tomar la mejor decisión según sea la amenaza.

Sin embargo, en algunas personas esta alarma se activa sin ninguna razón aparente. Cuando esto sucede, se da lo que se conoce como un ataque de pánico. Cuando la alarma se activa ante estímulos específicos, se da lo que se conoce como una fobia. En muchos casos, primero se presenta un ataque de pánico, y éste evoluciona hasta convertirse en una fobia. Por ejemplo, una persona que tiene un ataque de pánico mientras se encuentra en su automóvil manejando, puede desarrollar una fobia a manejar, ya que teme que vuelva a sufrir un ataque de pánico mientras lo hace. De hecho, el simple hecho de subirse al auto, desencadena en la persona toda una serie de reacciones de miedo, que son características de las fobias.

Las crisis de pánico en personas con fobias disparan la alarma, la persona comienza a sentir todas las reacciones fisiológicas primitivas de huir o pelear, e inmediatamente vienen a la mente imágenes catastróficas. El sistema límbico reacciona a esta situación una vez más, lo cual provoca un aumento aun mayor en los niveles de miedo. La respiración se altera, provocando cambios en la química sanguínea. Las glándulas endocrinas bombean hormonas, tales como la adrenalina, a la sangre. Al ser confrontado con un estímulo fóbico, las personas presentan un aumento en su ritmo cardiaco y su presión sanguínea. Cuando esto sucede, la persona percibe una confirmación de que sus síntomas iniciales eran de hecho indicadores de un peligro serio. Una sensación de peligro extremo invade a la persona, con lo cual el sistema límbico vuelve a reaccionar desencadenando la respuesta de miedo, volviéndose así un círculo vicioso que paraliza a la persona.

Los lóbulos frontales se encargan de cambiar la atención consciente de una cosa a otra, de acuerdo con lo que exigen las circunstancias. La capacidad de cambiar la atención consciente de los lóbulos frontales a voluntad es severamente disminuida en los trastornos de ansiedad. El sistema primitivo del miedo, por otro lado, tiende a fijar la atención en el objeto que percibe como amenazante. Fuerza a la conciencia a enfocarse en el objeto del miedo. En el caso de las fobias, la atención se fija totalmente en el objeto de la fobia, excluyendo todo lo demás.

Es por esto que cuando una persona con una fobia se encuentra frente al estímulo fóbico, su reacción es de un miedo muy intenso, a pesar de que las circunstancias no representen realmente una amenaza para la persona. Ella percibe solamente aquello que ve como amenazante y lo magnifica, excluyendo todo el contexto que podría ayudar a reducir esa sensación de vulnerabilidad y peligro.

El sistema nervioso tiene dos ramales: el simpático y el parasimpático. El sistema nervioso simpático activa el cuerpo para huir o luchar y el parasimpático sitúa al cuerpo en el estado de relajación y descanso.

Para entender la tensión autónoma, necesitamos tener en cuenta el sistema nervioso autónomo y los principios de activación e inhibición. Activamos nuestros recursos cuando hay una amenaza. La tensión autónoma tiene lugar cuando perdemos ese equilibrio en el interior del sistema nervioso autónomo. Cuando se percibe una amenaza y se activa la respuesta de lucha o huida. Reaccionar exageradamente frente a los acontecimientos es causa frecuente de activación simpática excesiva.

Los ejercicios enérgicos, de huida son particularmente efectivos a la hora de aflojar y normalizar la respiración y liberan tensión: correr, nadar, ir en bicicleta... Los ejercicios de lucha, como las artes marciales y ejercicios de relajación, yoga y meditación, ayudan a la activación del sistema nervioso parasimpático. También ayudan los pensamientos positivos, visualizaciones, respiraciones (diafragmática, exhalar el doble de tiempo que inhalar...)

http://www.vivirmejor.es/es/psiquiatria/noticia/actualidad/ansiedad-una-enfermedad-basada-en-miedos-y-fobias-que-llegan-a-incapacitar-04751.html

http://www.aorana.com/info/ansiedad/las-personas-con-ansiedad-tienen-mas-enfermedades-somaticas/

Relajación Total. John R. Harley

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